Un debut en la vida

Desde el inicio de la novela el personaje de Ruth Weiss, profesora al principio y final, y niña, adolescente, joven entre ellos, me ha inspirado una cierta tristeza. Con todos los boletos para ser una mujer brillante, pese a haber nacido en una familia de narcisistas holgazanes, la he visto debatirse entre cuestiones menores como preparar una opípara cena para un posible amor (de la misma calaña que su familia) o sostener el increíble entramado de necedad que es la vida de sus padres. Está claro que lo que para otros es un desastre en mayúsculas, para el interesado es su desastre y por ello le afectan miles de matices que los de fuera no podríamos llegar a distinguir.

portada de un debut en la vida

La vida no se detiene y Ruth crece, primero al abrigo de los cuidados de su abuela, más tarde con los propios, como una niña abandonada que posee la autodisciplina suficiente para reeducarse y con ello conseguir la dosis necesaria de cordura para que no le contagie la molicie que rige la vida de su madre y en cierto sentido de su padre, ya que ambos dan por hecho que a falta de otros cuidados nunca les faltarían los de su hija. No importa que ella tenga sus sueños, sus proyectos, ellos pueden necesitarla y lo hacen, cuando en su decadencia y vejez la asistenta que habían contratado años atrás decide volar por su cuenta en busca de una tercera edad que recompense las otras dos anteriores.

La Ruth niña cree que sus padres están desprotegidos contra la decepción, ella en cambio lidiará desde la infancia con ella, en una serie de esperas que no llegarán a ningún lugar e incluso la Literatura, su leitmotiv, le fallará también hasta el punto de que en la madurez acabará reconociendo que le ha destrozado la vida. Claro que hablamos de una niña que a los catorce años no está preparada para ser una adulta y a su manera, sabe cuidar tan poco a los demás como ellos mismos. Bastante tiene con salir adelante sintiéndose culpable de su propia existencia «como si en cierto modo estropease ese eufórico ambiente de luna de miel» que había en casa, entre sus padres. Quizá tenga razón una de las pocas personas que parecen importarle en serio, que antes de dar ha de aprender a recibir. Y es que una persona con carencias emocionales tan profundas no espera nunca más que lo peor y en su caso, con su inteligencia, se siente atrapada en «esa extraña percepción de lo incompleto», una vida en la que el amor desempeña «un papel evanescente», convirtiendo la felicidad en algo lejano de difícil definición.

Anita brookner

Anita Brookner

En los contras pondría las frecuentes frases en francés que no se traducen en ningún momento, a favor el prólogo de Julian Barnes, su cálida voz tan acogedora como siempre y por supuesto la tenacidad de la pequeña Ruth, la que la convierte en la adulta y solitaria profesora Weiss, su curiosidad, resignación, generosidad y también su paciencia, que la protege de todos los que la rodean, los que intentan en distintos momentos de la novela, cambiarla sin éxito.

(Aquí la sinopsis)